Gonzalo Banda Lazarte. Profesor Ciencia Política UCSP. @gonza_banda
Hace unos días Alberto Vergara se preguntaba cómo sería la crispación en el Perú con crisis. Imaginemos atravesamos por serios problemas tras la semana santa de 2015: Sendero Luminoso ha resurgido y se ha atrincherado en las calles ocasionando explosiones de coches bomba en el corazón de Miraflores, el MEF anuncia que enfrentamos una aguda recesión como la de 98 o peor aún una vertiginosa hiperinflación como la del 89 y que no tiene otro remedio que anunciar por televisión nacional, un paquetazo como el del 90 rematado por un “Dios nos ayude”. Peruano, te acuerdas, eso es una crisis.
Problemas serios los tienen en Argentina y Venezuela. Allí se debaten entre una aguda crisis económica, la anomia política, y la degeneración institucional. Aquí no estamos ni por asomo en crisis. Lo que sucede es que tras la censura de Ana Jara aparece ese sanbenito paranoico del analista peruano, que cuando no tiene ni idea de los procesos históricos de nuestra precaria democracia, decide rotular como crisis a cualquier malestar o desacomodo de nuestro confort político, esa endemoniada manía de creer freudianamente que tras el primer respiro después de una depresión severa, vendrá irremediablemente el suicidio político.
Pero luego, leo en prensa la carta que Vargas Llosa acaba de enviar a Ana Jara. ¿Realmente Jara representa el ideal socrático de un Premier en nuestro país? ¿Es que el Perú mereció a Ana Jara como la única líder capaz de lidiar con las fuerzas políticas de oposición y con los más álgidos problemas de la nación? Eso es lo mejor que el nacionalismo nos puede tirar en cara. Por supuesto que hay quien me dirá que sí, merecido nos lo tenemos, ustedes eligieron un Presidente sin partido político, qué querían, ¿a Winston Churchill? un sueño de opio con una primavera política y económica eterna.
Eso no sucede, y no sucederá en el Perú cercano, porque mientras en países de la región las manifestaciones son por reformas institucionales, morales y educativas, aquí esos problemas están en el furgón de la cola, los problemas que le urgen al Estado están relacionados con solución de conflictos ambientales, fragmentación política, diatribas entre opositores. Aquí los problemas que existen, son los que explotan, y se arreglan con mesas de diálogo. El problema ingresa en la agenda pública cuando aparece una mesa, parece decirnos el Estado, creo una mesa de diálogo, luego existes. Y como nadie va a crear una mesa de diálogo para discutir el evidente deterioro moral de nuestros funcionarios públicos y de nuestras instituciones, este problema se resolverá como todos nuestros problemas, esperando que el próximo gobierno emprenda una “reforma”.
Aquí los políticos corren en dirección contraria al ciudadano, y a ninguno de los dos parece importarle mucho realmente, a unos porque como en el fondo saben que no hay crisis verdadera, mejor polarizar el ágora por cálculo político, pues las elecciones están a la vuelta de la esquina, y a los otros porque sólo se preocuparán de la política cuando les metan la mano al bolsillo, lo demás son frivolidades. Mientras tanto sobrevivamos. Así estamos.
Es que aquí no importa si nuestras instituciones, corroídas por el peso de su historia, que salvo pequeñas excepciones, degeneren en círculos de corrupción y chantaje, gobiernos subnacionales que parecen feudos impenetrables para la justicia, y que se levantan en peso los fondos de un perverso sistema de incentivo regional llamado canon que en muchos casos ha paliado crisis, pero ha permitido el asomo de liderazgos artesanales que jaquean al Estado. Hay quien dice que este desajuste es el que permite -paradójicamente-, que el Perú no se haga más daño. Algo así como entre más aplatanado y liviano esté nuestro Estado, mejor nos va, no molesta.
En este escenario si nos agarra una crisis verdadera, nuestra crispación no sería distinta de nuestras anteriores crispaciones, elegiríamos con certeza a un caudillo severo, de preferencia militar que ponga orden, porque aquí no creemos mucho en los partidos y es que no hemos hecho sinceramente mucho por ellos desde que les recuperamos el espacio que se merecían en el 2001 y ellos, no se han ganado tampoco derecho a nada. Si se puede redactaríamos una nueva constitución, porque aquí somos expertos en creer que nuestros problemas se arreglan con el sistema jurídico positivo.
Quizá lo único bueno de una crisis real, es que nos haría olvidar mezquindades por un momento, es que a veces los peores momentos sacan lo mejor del peruano, es un “sufre peruano sufre” verdadero, no este sufrimiento atávico que aparece cada vez que algo se sale del plan. Perderíamos 20 años de reformas políticas, pero qué importa ya los hemos perdido antes, somos demócratas precarios, y como todo poseedor precario, sin un título de propiedad, estamos condenados a un mito del eterno retorno, como Heráclito, seremos tiempo que se volverá a repetir. Por supuesto la clase media volvería a ser pobre, y los pobres más pobres, y los ricos pues nada, ricos de igual forma. Así sería la crispación con crisis. Nada nuevo bajo el sol. Tal vez con una pequeña diferencia, habríamos dejado pasar otra bonanza, y puesto en ridículo a una tecnocracia calificada que no le encontró solución al Perú a sus problemas y posibilidades.
Pero volvamos a Ana Jara, si es verdad finalmente, que es el mejor cuadro del nacionalismo ¿no será mejor que el gobierno de Humala acierte y reconozca que es incapaz de gobernar con cuadros propios? No será mejor que Heredia entregue el poder. Sé bien que esto puede causarle serios problemas en sus aspiraciones presidenciales al 2021. Por lo pronto el nombramiento de Cateriano si bien crispó los ánimos inicialmente, pronto descubrimos que Cateriano ha tenido que levantar bandera blanca y si bien los puesto no cambian a las personas, en este caso por lo menos las tranquilizan, Cateriano hoy parece un embajador del Estado Vaticano.
Además este Congreso no va a ser tan ingenuo de entrar a la pugna tan pronto con otro Premier, aunque hay interpretaciones constitucionales que avalan que no hubo censura de todo el Gabinete, sino sólo a Jara, por lo que de censurar al gabinete Cateriano no se daría el supuesto que faculta al Presidente a disolver el congreso. Y si no decidieran censurarlo, Humala tiene cuatro meses de tregua, porque después de julio, no hay alternativa, debe enfrentarse a un Congreso indisoluble. Si como todos esperamos, agarrados a la certeza idílica de Vargas Llosa, que Humala no será un autócrata, entonces queda un año para que nuestra oposición conduzca el gobierno, por dónde le plazca. No sé realmente qué sea peor.
El freno de algunas inversiones privadas, la evidente inercia en la solución de conflictos socio ambientales, en tiempos donde la prosperidad había llenado nuestras arcas hasta quedarnos llenos después de una opípara cena que engorda, pero es capaz de producirnos un infarto, no son problemas que pongan en riesgo el progreso en el corto plazo, pero no me pregunten de aquí a seis meses pues como vamos esto puede cambiar dramáticamente, pero ya les advertiremos.
Quizá convenga preguntarnos cuánto ha hecho el peruano sin la política, y cuánto podría hacer con ella. Yo no tengo claro aún si uno ha crecido en detrimento o a pesar del otro. Lo que sí me queda claro es que ésta no es una crisis y que Humala ha entregado el poder a la oposición llevado por su necedad en entrometer a Heredia en el poder, así que preparémonos para seguir siendo un país con una trampa del ingreso medio por unos años más, lejos del primer mundo, y con un gobierno que en su último año se moverá por inercia, no será muy distinto a lo que vimos, sólo que más “crispado”. Y ya dejémonos de llamar crisis a cualquier temblorcito.