Historia de un fratricidio. Arequipa y Tía María

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Estos días siempre he rehuido escribir sobre el conflicto de Tía María. Quizá porque a pesar de haberme empapado de toda la información que he podido, me siento extremadamente limitado para describir un conflicto que puede abrir tantas cicatrices que el arequipeño lleva en la piel. Pero acabo de leer que dos personas enfermas han fallecido tras no poder recibir cuidados médicos para atenderse, porque la carretera a la altura de La Joya fue bloqueada, y jamás pudieron acercarse a un centro de salud para recibir atención médica en su agonía. Pocas cosas importan después de que te cae tremendo rayo en el corazón.

Creo que a estas alturas poco importa si se trataba de personas que tenían enfermedades crónicas o terminales, merecían otro tipo de cuidados, como seres humanos dignos. Merecían llegar a un hospital y luchar por sus vidas. Hoy sus familias los lloran amargamente. Como lloran los habitantes del Valle del Tambo sus muertos, como llora la familia de la Policía Nacional del Perú a su oficial, protervamente asesinado. Peruanos, arequipeños mueren. Ni la más justa de las revoluciones vale una vida humana. Ni una sola gota de su sangre.

¿Qué estamos haciendo? La articulación del diálogo en Arequipa, siempre fue una nota característica entre nuestras élites sociales, políticas, empresariales y gremiales. Permitió a Arequipa hacerle frente a catástrofes naturales como las ocasionadas por fatídicos terremotos o la barbarie de gobiernos dictatoriales. Arequipa según Basadre representaba más que ninguna otra ciudad, los valores republicanos del Perú, quizá porque su afán libertario estuvo muy arraigado en el respeto de los principios de su identidad mestiza, valores de los que tanto nos ufanamos. Arequipa fue siempre una ciudad que no remilgaba mucho ante sus problemas, donde había una pared caída por un terremoto, al día siguiente había un misti levantando con sillar, una nueva pared, nunca hubo espacio para los lamentos. Pero ya basta.

Durante los últimos quince años se ha intentado responder, desde diversos sectores sociales, a desafíos coyunturales y estructurales que Arequipa demandó. En este momento vienen a mi cabeza esfuerzos como los protagonizados por la Agenda por el Desarrollo elaborada por la UNSA, la UCSM y la UCSP, o quizá los Congresos Anuales sobre la Región Arequipa –CARA-, las Jornadas de Cátedra Arequipa, la constitución de Asociación Cerro Verde en el marco del Fondo Minero de Solidaridad con el Pueblo, la Mesa de Concertación y Lucha contra la Pobreza, la iniciativa ciudadana Arequipa Te Queremos, hasta incluso la conquista por la construcción de la Planta de Agua Potable de Arequipa, mérito de muchos gremios y la empresa privada, puede enmarcarse dentro ese pacto social. Hoy se ha vuelto a romper.

Cada una de estas iniciativas, por sí sola no vale mucho, pero su articulación, el conocimiento que se intercambió con las personas que nos involucramos en la discusión pública, era un bien invaluable. Pero en pocos días hemos aprendido que al parecer no fue suficiente. Que tal vez Arequipa, cada cierto tiempo experimenta enfermedades crónicas que fracturan su alicaída visión de desarrollo, y nos polarizan, atraen sobre nosotros largas sombras de violencia y lucha fratricida.

Lo que sucede con el proyecto Tía María, nos ha cogido nuevamente desnudos y quebrados. Es que la aparente estabilidad social, era un espejismo que si bien fue estudiado, terminó por demostrar que no existía un proyecto de región común que perdurase, porque precisamente albergamos todas nuestras expectativas de estabilidad en un aparente concierto de voluntades, que no era tal, o que por lo menos era garantizado por dirigentes sociales que decidieron quebrarlo cuando se quedaron sin protagonizar la escena pública, por autoridades que se pusieron de espaldas a su pueblo.

El modelo que garantizó la precaria estabilidad de Arequipa, tras el Arequipazo o la firma del convenio marco con Cerro Verde para la construcción de la Planta de Agua Potable, está demostrando que no ha resistido la embestida descomunal de la crisis institucional que atraviesa toda la patria, la ausencia de instituciones que garantizaran a largo plazo el bienestar y la convivencia pacífica, nos está cobrando el precio de haber construido una estabilidad económica de corto plazo, que permitió el bienestar inmediato, sin apuntalar los problemas estructurales que nos separan como Región: exclusión, pobreza y olvido.

¿Qué nos queda por hacer ahora? tal vez abrir el diálogo, tal vez intentar concientizar a la ciudadanía, fortalecer nuestras instituciones, abrir nuevos espacios de debate, lo debemos intentar todo. Pero aquí olvidamos que paradójicamente, que la premisa de un Estado débil, es lo que nos ha terminado por enfermar gravemente.

Nuestra Región se presenta como segunda región del Perú, pero sus hospitales datan de los años 50, su sistema de transporte está anquilosado, sus redes de agua potable no han llevado el recurso hídrico a miles de hogares, problemas por donde se miren, y si bien su pobreza urbana y marginal se ha reducido, su calidad de vida en muchos aspectos ha retrocedido, por la patente inseguridad, el caos, la contaminación de sus aguas. Y aquí aparece el Estado, ese viejo desconocido que viene de vez en cuando, pasa a pedir votos, pero que ha olvidado a Arequipa,  ese desconocido que no ha permitido su desarrollo pese a ser la región que lideró el crecimiento en toda la patria.

Quizá hemos perdido protagonismo en la escena nacional, pareciera que por aquí no pasaron ni Belaúnde, ni Mostajo, ni Bustamante y Rivero, hemos dimitido de ese protagonismo que alguna vez nuestras élites políticas y sociales tuvieron en la discusión del Perú. Nuestro Alcalde Provincial es ninguneado por el MEF y Proinversión, nuestra Gobernadora Regional casi suplicante pide acción al eterno ausente del conflicto que arrasó en votos por el sur: Humala. Seguramente el conflicto de Tía María se resuelva con su suspensión del proyecto. Pero si hay un responsable que la sangre llegara al río es el gobierno que dejó incubarse un estado de desborde social, donde Arequipa jamás estuvo en su agenda. No lo estuvo ni en la agenda de Fujimori, ni en la de Toledo ni en la de García tampoco. Arequipa es y ha sido olvidada.

Cuando uno constata la cobertura de la prensa nacional sobre el tema, tiene la impresión que somos unos extraños ciudadanos, con delirios suicidas, cuando lo único que estamos experimentando son las fracturas ocasionadas por políticas públicas que han olvidado a Arequipa, que le patean la conciencia, con delirios de opio como Majes Siguas, Petroquímica y Monorrieles.

Lo cierto es que Arequipa enfrenta nuevamente un discusión pública de su desarrollo y su visión de Región, ojalá nuestras instituciones, la academia y autoridades puedan lograr un nuevo acuerdo comunitario que apunte al corazón del Estado y pueda garantizar el progreso en la región donde –a decir de Víctor Andrés Belaúnde- todos somos hidalgos como el rey, dineros menos, qué difícil armonizar intereses comunes con tanto orgullo a flor de piel.

Pero que no se crea que esto no puede acabar en un desborde popular, y en la reivindicación de auténticas causas populares, porque Palacio ha regado promesas incumplidas, como quien pasó por aquí creyendo que sólo arrastraba votos. Arequipa puede tener muchos defectos, pero no sufre amnesia. Ojalá nuestro Presidente de la República tenga el coraje de asumir la responsabilidad política que dejó en el Valle y en la Región, ojalá no termine ninguneando la protesta, sería un dejá vú, ya tuvimos un Ministro del Interior que nos trató de cobardes, y si se acuerda la escena no terminó bien. Señor Presidente asuma su responsabilidad, asuma el peso de las promesas que hizo y de las innumerables que no cumplió, porque hay gente muriendo por el silencio.

2 respuestas a “Historia de un fratricidio. Arequipa y Tía María”

  1. Buen punto Gonzalo, lo que mencionas se repite y se expresa en su forma y fondo en todos las Regiones del País, a diferencia de antes, hoy los temas políticos y sociales nos afecta a todos de manera casi directa en nuestro quehacer diario. Creo que desde nuestras posiciones podemos ir desarrollando y proponiendo nuevas formas de hacer política y gestión social que permita manejar mejor este tipo de conflictos y evitar muertes inútiles.

    Por otro lado, tenemos una generación de «representantes» anti-minería que no defienden su verdadera misión (su verdadero carácter medio ambiental y social), solo defienden su interés personal y político, y no miden el costo de vida de sus decisiones y llevan a gente inocente a lo inevitable (no puede ser que un antiminero, demuestre que es más importante su protesta que el costo de una vida), por lo tanto, desde la universidades se deben promover y desarrollar líderes que trasciendan las aulas y su localidad a fin de cumplir con los intereses de nuestros pueblos y su desarrollo.

    Así mismo, la empresa minera debe replantear su forma de hacer empresa en el Perú, pues por muchos años solo se han limitado a la explotación de recursos y generar utilidades sin medir el costo ambiental y social que hoy les está pasando una factura muy cara, creo, que la existencia de una minera en una determinada zona debe implícitamente significar un verdadero factor de desarrollo y competitividad, debe haber un antes y un después de la mina en términos sociales, ambientales, culturales, y económicos (hechos que hasta hoy indican que no es así, lo digo por Antamina y Barrick en Ancash); esta es la gran misión de la minería en el Perú.

    Por lo tanto, se debe buscar un desarrollo equilibrado entre los intereses del pueblo, la empresa y el medio ambiente; con líderes representativos y capaces de expresar la voluntad popular, una empresa que busque cambios favorables en el medio donde operan y un estado más comprometido en la dignidad y desarrollo del ser humano.

  2. En este entendido, la relevancia de este conflicto «Tia Maria», no sólo obedece a un aspecto social, político, económico sino tambien mediático (escandalización de los hechos). La defenestrada institucionalización democrática que padecemos no sólo es responsabilidad de las autoridades sino también y asumamoslo con valentía de nosotros mismos, como ciudadanos; al tener una irrisoria participación en la actividad política diaria (mas allá de ir a las urnas). A veces unos pocos se toman el nombre de unos muchos como bien sostiene E. Noelle Neumann en su obra «Espiral del Silencio». Y si el pueblo, si, el autentico pueblo se pronuniciara sobre este delicado tema, nos vendría bien una consulta popular (referéndum) de alcance regional, debido a que el ámbito del proyecto minero importa no sólo a los lugareños locales. Y dinamizamos un tanto la ineptitud del gobierno a través de la legitimización de las decisiones de un beligerante conflicto (se podría invertir mejor ese millón de soles que presuntamente estaban siendo negociados para impedir una huelga). Esto significará que si la respuesta es un rotundo NO, pues por mas promesas que haya hecho el inutil gobierno (cuyo apice es el cachaco nacionalista) deberán quedar relegadas y si por el contrario es un SI, no entiendo porque no se acataría la voz del pueblo, del autentico pueblo…Finalmente de eso se trata las democracias, al menos la nuestra.

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