Meditación en torno a Ana de Los Ángeles

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“A Ti te busco, mi alma tiene sed de Ti,

En pos de Ti mi carne desfallece cual tierra seca, sedienta,

Quiero admirar Tu gloria y Tu poder,

Pues es mejor Tu amor que la existencia.” Beata Ana de los Ángeles Monteagudo.

Con esta oración mística, sencilla en su cadencia, diáfana en su intención y perfecta en su meditación, abre la presentación oficial de “Ana de Los Ángeles”, la película sobre la única beata arequipeña, que se arrojó a la vida contemplativa en el Monasterio de Santa Catalina, bajo la espiritualidad dominica, durante el siglo XVII.

El gran mérito de esta cinta es la limpieza de su narración, la misma que nos permite contar la historia de la Beata con el mismo silencio que habitó entre los muros inexpugnables de la ciudadela mística arequipeña. Sus escenas no están cargadas de moralismo, no intenta forzar una moraleja –recurso tentador en películas sobre religiosos-, cosa que la empobrecería y la convertiría en una película sólo de feligresía y propaganda. No se vuelca hacia la pulcritud de la vida de la Beata, sino que entre los primeros planos sobrios y claroscuros, los diálogos cortos y la narración pausada, nos cuenta la vida heroica de la que fuera Priora del Monasterio, vida no exenta de tentaciones ni de incomprensiones de sus contemporáneos, frágil como la de cualquier humano que se lanza en pos de la carrera, estimando todo, nada, en comparación con Cristo, como lo recuerda San Pablo.

La película es una producción enteramente arequipeña, dirigida por Miguel Barreda, y estelarizada por Doris Guillén, nos hizo recordar la severa belleza de El gran silencio de Phillip Gröning (2005), aquel documental sobre los monjes cartujos, que cosechara Palma de Oro en Cannes, o quizá la descomunal historia de Diálogo de Carmelitas de Agostini película exhibida en 1960, sobre el martirio de las religiosas carmelitas , que en medio de su vida monacal ofrecieron su vida, en medio de la Revolución Francesa.

Hemos intentado contar su vida recurriendo a metáforas visuales-, nos cuenta Miguel Barreda, a quien las religiosas del Convento encargaron la desafiante tarea de recrear la vida de la Beata y a quien, hoy, los trabajadores del Monasterio saludan con gran afecto, mientras nos sentamos a conversar sobre su última película en una de las arquerías del Monasterio. Una película sobre la vida monacal supone una narración colmada de metáforas, quizá la metáfora mejor lograda de la cinta es la de la tentación demoniaca, empresa que el director lleva a buen término, enfrentando a la joven Ana y luego a la Priora Monteagudo, con su misma imagen, su mismo ser corporal, adornado con joyas suntuosas, vestidos hermosos, lozanía en sus mejillas, bella a los ojos del mundo, representación de todo lo que la Beata dejó atrás: riqueza, salud, familia y porvenir, todo abandonado por la locura de un Amor que la hace desfallecer, como en esa hermosa escena, en la que postrada cabeza en suelo haciendo una cruz, recibe los votos sagrados tras ser despojada de sus vestiduras viejas y rociada con pétalos de margaritas a lo largo de todo su hábito dominico, para terminar coronada con rosas.

La textura de la cinta permite que la vida monástica hable por sí misma,  dejándonos, atrapada en la retina, la renuncia radical al mundo y sus seducciones. Esa vida maravillosa, incomprensible para muchos, donde el alma es purificada como el agua cristalina, un camino plagado de penitencia y dolores, como lo cuentan los cuadros que reposan sobre los muros de la arquería celeste del claustro de Santa Catalina. Sor Ana de los Ángeles recibió este privilegio extraordinario de manos de la misma Santa Catalina de Siena, quien le entregaría, en exaltación mística, los hábitos que vestiría luego cuando religiosa.

Pero la Beata no fue una mística “desprendida del suelo” y de los problemas de su siglo.  No se debe confundir la auténtica vida monástica con el alejamiento de los dramas del mundo. “Ella caminaba descalza, lo que nos hace pensar que su comunicación con el suelo era ciertamente directa, era muy consciente del mundo en que vivía”, nos recuerda Miguel Barreda. Verdaderamente, la auténtica vida monástica se encuentra en perfecta comunión con el sufrimiento del mundo. La cinta cuenta que la Beata también conocía el dolor de los más pobres, a quienes socorría con prodigios hermosos: el sencillo agradecimiento de un pastor de ovejas que encuentra a su rebaño perdido, la sanación de un obrero, que víctima de su embriaguez, casi muere desnucado y recupera la salud con los óleos que la Madre Monteagudo preparaba; y hasta la hermosa escena de la tormenta que hace desbordar la torrentera del barrio de San Lázaro, donde podemos quedarnos junto con las religiosas afligidas que se negaron a abandonar el Monasterio pese a las advertencias del aniego, bajo la batuta de la Priora Monteagudo.

Su severo celo por el evangelio la llevó a enfrentar el relajo de la regla monacal en el que muchas religiosas habían caído, ganándose enemistades y hasta intentos de asesinato, de los cuales siempre salió bien librada. Incluso en sus terribles momentos de soledad, como lo atestiguan las escenas sobre los bosques de cactus donde camina en solitario, nunca perdió la esperanza firme de las promesas de Su Amado. Sólo así se puede comprender las terribles penitencias a las que se sometía, testimonio de otros tiempos, para no cometer la imprudencia tan pueril de escandalizarse con sus tormentos, juzgándolos con nuestras categorías tan de nuestro tiempo. Así como despertó su amor, en aquél huerto donde lo buscaba cuando niña, así su pálida figura se va desvaneciendo en la cinta, mientras balbucea sus últimas palabras ante un pintor que graba su rostro moribundo. Las campanas llaman a misa, ella está ya preparada, por eso deja que todos la abandonen, su camino no fue sencillo, pero ha llegado a la meta final, le espera el gran premio. Ese quizá sea el mayor mérito de Miguel Barreda y su equipo, haber reflejado con gran claridad la pasión, intensidad y coherencia de la vida de la Beata, mérito que es aun mayor si  se cuenta con un exiguo presupuesto y tantas dificultades como las hay, para hacer cine local, esta cinta quedará por siempre en la memoria colectiva de Arequipa.

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