La ética nos ordena «no resistir el mal con la fuerza», pero para el político lo que tiene validez es el mandato opuesto: has de resistir al mal con la fuerza, pues de lo contrario te haces responsable de su triunfo.
Max Weber.
Uno puede tener varias formas de relacionarse con el fenómeno de lo político. Puede amarlo u odiarlo, criticarlo o ensalzarlo, y hasta quizá satanizarlo o endiosarlo. En palabras de Carl Schmitt podemos decir que es bueno o malo, bello o feo, pero quizá la mejor forma de comprender por antonomasia a lo político, es la posibilidad concreta y la correcta distinción entre las categorías de lo amigo y lo enemigo.
La distinción amigo-enemigo puede analizarse de varias maneras, quizá la mejor manera de comprenderla sea el estado de guerra entre dos naciones. Pero también se puede aplicar esta distinción al Sistema de Representación Político de un Estado. En el interior de un Estado, los partidos políticos existen y son causados con el fin de competir para ejercer el dominio del poder político y servir al bien común, y a ellos les corresponde la misma competencia, entre amigos y enemigos. Entre mejor competencia, mejor democracia.
Un Sistema de Representación Político con partidos sólidos y burócratas capaces y decentes, no sólo es deseable, sino necesario para que una democracia no se enferme. Quizá la patología que más ha padecido la política reciente de nuestro país, es la del desprestigio continuo en el que ha caído el Sistema de Representación Político –los partidos políticos, el Congreso, el Ejecutivo y hasta los gobiernos regionales y locales-. El resultado se cae de maduro: altísima indiferencia ciudadana en la participación de lo político, que ha conducido inevitablemente a la orfandad política y al ascenso de liderazgos mesiánicos con pies barro. Eso que en el Perú es una verdad catedralicia que intuíamos los que estudiamos el fenómeno, lo hemos comprobado con la lectura del Mapa Político Electoral publicado por el Jurado Nacional de Elecciones y que fuera presentado hasta hace sólo unos días en Arequipa.
El trabajo es bastante complejo de analizar. Una investigación de casi 5 años de duración, con una base de datos que comprende muchos procesos electorales, desde las elecciones presidenciales de 1931, y las provinciales – regionales desde el año 2002. Pero en una primera revisión, hay que felicitar al Jurado Nacional de Elecciones por brindar una investigación única en su género en América Latina, que debiera mejor titularse como Mapa de la Representación y Participación Política en el Perú. Estamos seguros que redundará en muchos estudios sociales más profundos que permitan mejorar el Sistema de Representación Político.
A nivel país, las conclusiones arrojan un panorama atomizado. El Índice de Participación Electoral, IPE, aquél que mide el promedio de variables relacionadas con la participación de la ciudadanía y las organizaciones políticas, -vaya que es difícil de explicarlo amable lector-, en promedio para todo el Perú de una escala de 0 a 20, arroja un 8.946. Lo que significa que la media del país no goza de una adecuada participación ciudadana, ni en los procesos electorales ni mucho menos en la vida activa de los partidos políticos.
El desagregado de Arequipa, muestra que a nivel regional y provincial nos encontramos en el puesto número 7 y 8 respectivamente en el IPE, de 25 regiones y 195 provincias. Un rasgo que llama la atención del IPE provincial de Arequipa, es que en los últimos procesos electorales, nos llevamos el récord de organizaciones políticas participantes (somos la provincia con mayor número de listas que participaron en el proceso municipal provincial del Perú, 22 en total, seguidos sólo por Abancay con 16).
Esta evidencia, contrasta patentemente con el escaso nivel de participación de la ciudadanía en los partidos políticos a nivel provincial. En una escala de la variable entre 1 al 10, donde 1 es sumamente negativo y 10 sumamente positivo, Arequipa – Provincia, obtiene 1. El fenómeno es interesante: hay demasiadas organizaciones políticas a nivel provincial, pero no son significativas, porque no representan a casi nadie, dado que son muy pocos los ciudadanos involucrados en la vida de estas organizaciones políticas provinciales. Qué preocupante es este panorama ante los nuevos comicios del 2014.
Pero el Mapa Político no acaba allí. Son otros dos los indicadores presentes en el estudio: el Indicador del Sistema Político (ISP) y los Factores Político Locales (FPL). Quizá el más interesante para analizar es el ISP. De este indicador, vamos a tomar dos variables para que nos entienda mejor. Elegimos la competitividad y la distribución.
La competitividad en el ISP, se define como el grado de competencia entre los dos partidos políticos que obtienen las más altas mayorías. En términos sencillos, hay más competitividad cuando la diferencia entre los votos de las dos organizaciones mayoritarias es escasa. Por el contrario, hay menos competitividad en aquellas regiones donde la diferencia es gigantesca. En el caso de Arequipa – Región, el índice de competitividad es bajo, contrastado con las regiones vecinas como Cuzco, Ica y Ayacucho. El proyecto político del Dr. Juan Manuel Guillén ha monopolizado el espacio político regional y parece que no ha dejado espacio para mucho análisis.
En cuanto a la distribución del ISP, se define como positiva, cuando hay uniformidad del voto por un mismo partido político en toda la circunscripción electoral. Es decir hay mayor distribución, en aquellos lugares donde el voto por un mismo partido político está mejor repartido continuamente a lo largo de todo su territorio. Arequipa, a nivel región, es la penúltima en cuanto a distribución del voto, nos ubicamos en el puesto 24 de 25 regiones. Lo que significa que en la región Arequipa, no existe distribución uniforme del voto a lo largo de sus diferentes provincias y distritos. Este dato es muy preocupante, pues nos revela que contrariamente a lo pensamos, Arequipa es una región altamente inestable en la preferencia electoral. Nuestra hipótesis para la causa de este fenómeno, es que nos encontramos en una región altamente políticamente centralista cuya capital ha monopolizado los proyectos políticos y los intereses en juego en una elección. Tanto que nos quejamos del centralismo, terminamos por repetirlo.
Nuestras primeras conclusiones, pasan por advertir que la debilidad del Sistema de Representación Política en el Perú termina generando inestabilidad social y política (altos niveles de liderazgos regionales conflictivos). Sin partidos políticos manifiestamente nacionales, los caudillos locales seguirán poniendo en jaque al Estado, más aun, en el caso de localidades con posibles actividades extractivas en proyecto.
También advertimos que es necesaria una inclusión política, pues queda claro en las conclusiones del estudio, que la inclusión económica y social no suponen inclusión política (ciudadanía y vida de partidos políticos). No hay correlación entre estas dos variables. Por el contrario regiones con alto crecimiento económico y social (medido por el Índice de Desarrollo Humano) no presentan mejoras significativas en sus índices de participación electoral, ni en su indicador de sistema político. Mientras ello siga ocurriendo, este panorama será caldo de cultivo de fragmentación y conflictos sociales, pues allí donde no existe Estado o su presencia es escasa o no hay sociedad civil que fiscalice a sus autoridades, allí es donde la política estará en manos de señores feudales locales, que monopolicen el uso legítimo de la violencia para servirse del Estado. Salvo mejor parecer por supuesto. Quien quiera gobernar que lea bien estas humildes instrucciones.